Discurso Celia Amorós. Medalla de la Universitat de València

Uso la palabra critica en el sentido kantiano de establecer sus límites y determinar sus condiciones de posibilidad. Sus límites: el juicio del rey Salomón, tal como se narra en el Antiguo Testamento, es problemático no dogmático. No es en absoluto imposible que la verdadera madre fuera la que renunció al hijo y la otra la impostora. Es, todo lo más, probable y su condición de posibilidad la dogmática patriarcal, expresión del poder histórico de los varones, que está en la base de una sentencia que se ha establecido como brotando de la verdadera sabiduría e instituyendo en sabio, a su vez, a quien la dictamina.

La sentencia de Salomón, se nos dice, es verdadera porque Salomón es sabio y Salomón es sabio en tanto que capaz de emitir el juicio justo, de establecer la sentencia verdadera. Estaríamos ante un caso paradigmático de los que en otras partes hemos llamado el círculo de la Poulain de la Barre, quien a finales del siglo XVII y en la estela de Descartes de critica a la tradición y al argumento de autoridad, afirmo muy sagaz: “el vulgo se remite a la autoridad de los filósofos para apoyar sus ideas acerca de las mujeres sin reparar en que los filósofos toman las opiniones del vulgo por regla de las suyas”. Con lo cual el argumento de autoridad se refuerza por el prejuicio a la vez que el prejuicio se refuerza por el argumento de autoridad. Dicho de otro modo, las ideas que pueden surgir de este círculo vicioso no son, en realidad, ideas si por estas se entiende, en el sentido sartreano, claves de desciframiento de la experiencia siempre problemáticas y discutibles. Pero los varones, de mujeres, en realidad no discuten. Hablan acerca de “ella” como de un topos en el que se sitúa el objeto transaccional de sus pactos, aquello sobre lo cual se los sella y reafirma. No es por tanto sorprendente que en su discurso sobre las mujeres digan lo mismo el contertulio del café y el clarividente pensador. (Todo lo mas que puede ocurrir es que Walter Benjamin afirme: “la mujer es silencio” y el que habla en roman palladino: “calladita estas más guapa”.)

Así, los varones del común apelan como al argumento de autoridad a los testimonios y a los decretos de los sabios, sin reparar en que estos decretos sapienciales no tienen como base sino el sentir común del vulgo, establecido por los varones. En esta mutua remisión se produce de este modo un juego de espejos, a la vez que un efecto de bloqueo epistemológico. Es este sentir común el que determina que la maternidad normativa es la maternidad abnegada, al límite, la que se niega a si misma como madre y como persona, si ello es necesario para preservar la vida de su hijo, que deja por ello mismo de ser su hijo según su palabra. Ni siquiera a la madre de Dios, a María, que no es una madre según la carne, se le concederá que lo sea según su palabra. Se “hace” en ella según la “palabra” del ángel. De lo que se trata, pues, es que en el caso de las mujeres no deban ir juntas la carne y la palabra, el logos (cursiva) y el genos (cursiva) y que no puedan fundar ni transmitir genealogía.

Es ese control y ese monopolio patriarcal de la determinación de lo que es vida humana lo que se encuentra en la base de la polémica sobre el aborto: se supone que el esperma está relacionado con el logos (cursiva) a título de tal es su portador y conlleva, por tanto, la prefiguración y la legitimidad.

No se contempla que al hijo lo prefigure y lo proyecte la madre, como tampoco lo puede rechazar si se engendra en ella como carne por un accidente de la carne sin proyecto ni prefiguración. Ella ha de ser en cualquier caso su vehículo por decreto. Pero ahora, cuando la genealogía patriarcal está en crisis, cuando el Nombre del Padre ha sido puesto en cuestión como la Metáfora que legitima, las mujeres queremos poder transmitir la carne junto con la palabra. Devolverle a la parte damnificada de la solución salomónica su derecho a ser creída, pues estamos tan sólo en el terreno de la creencia y de la opinión. En nuestra línea de crítica de la sabiduría salomónica podemos ver que la genealogía patriarcal le había adjudicado al varón el logos del genos,

la transmisión de la carne y la palabra. Para Salomón, las mujeres no pueden transmitir ambas cosas juntas: ellas ponen la carne esperando la palabra que la nombre y le de su sentido simbólico y social al articularla en un sistema de filiación.

Es ilustrativo contrastar el planteamiento salomónico de la maternidad normativa con las concepciones de la virilidad normativa relacionada con la paternidad. Es significativa en este sentido la leyenda de Guzmán el Bueno en la Reconquista que, puesto ante el dilema

de ceder la plaza militar a los moros o que éstos mataran a su hijo tomado como rehén, decidió lo segundo. Se cuenta también del general Moscardó que en nuestra guerra civil se vió en parecida tesitura de tener que decidir entre la vida de su hijo y la rendición del Alcázar de Toledo. Optó por sacrificar a su hijo. Ambos son considerados, en contextos tan diferentes, hombres de palabra, de palabra de honor a costa de los valores de la paternidad, que son sacrificados. Pero, a diferencia de la madre salomónica, no por ello dejan de ser considerados verdaderos padres. El amo hegeliano, frente al esclavo que temblaba ante la muerte, ha preferido contrastar la vida en el combate y sancionar así los valores de trascendencia que dan sentido a la misma que la mostrenca vida apegada a la inmanencia. Simone de Beauvoir en El Segundo sexo puso subtexto de género a esta jerarquía de inmanencia y transcendencia y vió en el apego a la inmanencia impuesto a las mujeres la razón de su subordinación. Será por ello por lo que las féminas no tenemos “palabra de honor”: ésta

es exclusivamente de quien es “todo un hombre”, de quien está a la altura de la virilidad normativa y pone el cumplimiento de su deber de jefe militar por encima de sus sentimientos como padre. El padre ha de ser sacrificado a la virilidad normativa. A la inversa de la madre salomónica, que desacredita su propia palabra para salvar la vida de su hijo, el héroe patriarcal sacrifica la vida del mismo sin dejar de ser por ello un verdadero padre. El varón tiene por ello palabra de honor, la mujer no. Salomón dixit.

Otro aspecto de la cuestión es que la genealogía va íntimamente unida a la herencia, y las mujeres a través de la historia hemos recibido o bien ninguna herencia o bien una herencia menor que los varones. Tampoco hemos podido acumular memoria histórica, como si todo hubiera sido inscrito en un muro de arena. Oblicuas a las líneas principales de la genealogía y de la herencia, no acumulamos ni instituímos sabiduría.

La crítica de la razón patriarcal puede especificarse en una de sus direcciones como crítica de sabidurías patriarcales. La sabiduría salomónica es un caso particularmente pregnante de esas sabidurías acrítica y definitivamente canonizadas. Y en esta crítica nos deberíamos apoyar para buscar alternativas teóricas y prácticas a problemas planteados en nuestro presente. Porque Salomón sí que ha dejado su herencia: salomoncitos, sin su talento, pululan en las instituciones de la sociedad patriarcal dictaminando sus sentencias en las cuestiones que afectan a las mujeres instituyéndose, como lo afirmaba François Poullain de la Barre, en jueces en cuestiones en las que, en tanto que patriarcas, son parte.